Caracolí: haciendo posible lo imposible
crónica
Veinte kilómetros separan el Centro Cultural Universitario Hontanar de Casa Milagro en Caracolí, los dos lugares se sitúan en Bogotá, aunque la diferencia es que el primero está en Chapinero y el segundo en Ciudad Bolívar.
La jornada para los voluntarios empieza temprano, muchos de ellos han tenido que despertarse a las 3:00 de la mañana para llegar puntuales al punto de encuentro y recorrer otros 25 kilómetros desde Chía hasta Hontanar, así lentamente empiezan a llegar.
La llegada
Después del recorrido que dura una hora aproximadamente, el grupo de voluntarios desciende de los buses y de inmediato llaman la atención de los vecinos, quienes curiosos asoman sus cabezas por las ventanas preguntándose quienes son aquellos que llegan con gorras color naranja… si claro, dicen algunos, el padre lo anuncio el domingo en la misa, son los médicos.
Son las 8:30 de la mañana y se puede sentir como en la montaña el frío pega más fuerte, las empinadas calles del barrio logran que hasta sus habitantes se fatiguen al caminar, pero esto no es excusa para los voluntarios, que como hormigas se organizan en fila india y empiezan a pasar los paquetes mano a mano, atrás queda la incertidumbre, llevan una idea clara, el mundo necesita personas que siembren semillas, así no puedan ver la cosecha.
En marcha
Ya ha pasado cerca de media hora desde que salieron a invitar a los vecinos, pero aquí, tan cerca de las nubes el tiempo trascurre de otra manera y el frío ayuda a que todo vaya más lento, en medio del recorrido las historias ya empiezan a conmoverlos, como el caso de dos ancianos que son vecinos, uno acaba de llegar del hospital por un ataque cardíaco y el otro lleva enfermo durante 15 años, o la escena más recurrente del lugar: niños que deben quedarse solos en casa mientras sus papás regresan de trabajar. Ellos no podrán ir hasta la sede principal.
Sin embargo, la labor continua y desde la cima de una de las lomas del barrio, los voluntarios se quedan admirando la bella panorámica de la ciudad, en ese momento reciben otro mensaje, “ya comenzaron a llegar”, así que todos respiran aliviados.
La energía se puede sentir en el aire, todos los jóvenes, aproximadamente unos 120 están congregados escuchando las ultimas indicaciones de uno de los líderes de la actividad, sin embargo, hace dos días se ha tenido una reunión previa para aclarar dudas, por lo que la mayoría ya tiene su función clara y si no, que no se preocupe, pues al llegar a Casa Milagro seguramente encontrará algo que hacer.
Afuera los buses ya están listos y los jóvenes ordenadamente empiezan a cargar todos los implementos para la jornada, para estas labores sociales se necesitan entre otras cosas, camillas, biombos y refrigerios, hace dos días los voluntarios recibieron una donación de medicinas muy importante que junto a las demás cosas servirán para ayudar a los pacientes en Caracolí.
Al llegar a las instalaciones, los primeros en llegar son los niños y allí el grupo se separa, a algunos les corresponde ir a la Capilla Los Robles, un pequeño espacio que el Párroco de la zona acomodó para que los habitantes que viven más alejados de casa milagro también puedan participar.
Mientras todos terminan de organizar y ubicarse en su lugar un grupo de voluntarios sale en búsqueda de pacientes, la idea es invitar a toda la comunidad y que puedan acceder a los servicios médicos, jurídicos o recreativos que prestan hoy los voluntarios.
Tras tocar en varias puertas, uno de los voluntarios recibe un mensaje por WhatsApp: “estamos listos, pero no tenemos pacientes”.
De repente una leve llovizna empieza a humedecer el suelo de las calles y el terreno empieza a ser más inestable, así que el grupo decide regresar. Cuando llegan lo primero que hacen es buscar un médico que se encargará de asistir a los dos ancianos que esperan en sus casas, su atención debe ser prioritaria.
Los demás se integran a las otras actividades, los encargados de la recreación están repartiendo los refrigerios, el tema que están tratando entre risas y juegos, es el valor de la mujer en la sociedad; otros se van a apoyar la zona de registro y pediatría, la cual ya no da abasto, hay aproximadamente 50 personas esperando ser atendidas, la acogida ha sido muy buena y los voluntarios lo reflejan en su sonrisa.
El trabajo es fuerte, pero ellos saben que la recompensa va más allá de la gratitud de las personas, ya son aproximadamente las 11:30 de la mañana y los pacientes no paran de llegar, así sucede en las dos sedes, donde también hay un grupo de abogados encargados de asesorar a los vecinos frente a las dudas legales que tienen.
A la 1:00 de la tarde, los voluntarios empiezan a recoger sus implementos y con la energía que los caracteriza se dirigen a los buses despidiéndose de los niños que aún quedan en la sede. Chao profe, se escucha a lo lejos.
La jornada concluye con una gran fotografía y el grito de los voluntarios gritando ¡Manos a la obra!, sus corazones palpitan de alegría y la satisfacción del deber cumplido les permitirá afianzar lazos más fuertes con sus compañeros y con las comunidades a las cuales asistan en el futuro.
Al final todo el trajín del día se empieza a reflejar en los buses, la mayoría empieza a sentir el cansancio de la jornada, todos han dado todo de sí para que lo imposible sea posible y han llevado a los habitantes de Caracolí alegría, bienestar y sobre todo esperanza.